sábado, 15 de enero de 2011

La silla eléctrica y la guerra de las corrientes


En 1887, Estado de New York estableció un comité para determinar un sistema nuevo de ejecución, más humano, para reemplazar a la vieja horca. Alfred P. Southwick, amigo de un miembro del comité, el senador David McMillan, y dentista de profesión, desarrolló y expuso la idea de una silla eléctrica tras presenciar la muerte, aparentemente rápida e indolora, de un obrero, supuestamente borracho, al tocar las terminales de un generador eléctrico. A través de McMillan, Southwick trabajó con David B. Hill, el gobernador de New York, para desarrollar las leyes que legalizarían el uso silla eléctrica.

Esta idea se dió en medio de la llamada guerra de las  corrientes. La empresa de Thomas A. Edison competía contra la compañía de George Westinghouse por el sistema de distribución de energía eléctrica que se utilizaría para llevar energía a las viviendas. Edison apostaba por la corriente continua; Westinghouse, por la alterna (que irónicamente fue patentada por el gran Nikola Tesla cuando trabajaba para Edison). Edison, aprovechando la oportunidad con la orgullosa inmoralidad de un hombre de negocios, utilizó una silla eléctrica de corriente alterna, inventada por uno de sus empleados, Harold P. Brown, para electrocutar a perros, gatos y hasta una elefante para demostrar así que la corriente de su contrincante era muy peligrosa. Él creía que si lograba que la silla de corriente alterna fuese aceptada como instrumento de ejecución, entonces nadie querría ese tipo de corriente en sus casas porque la relacionarían con la muerte y el peligro. Para neutralizar esta iniciativa, Tesla se expuso a una corriente alterna que atravesó su cuerpo sin causarle ningún daño. Si bien esta prueba erosionó momentáneamente el nombre de Edison, su campaña de desprestigio funcionó y la corriente alterna fue elegida para la silla. Esto molestó a Westinghouse, quien se negó a prestar sus aparatos para matar delincuentes alegando que todo el proceso estuvo manipulado por su adversario.

William Kemmler antes de pasar a su forma alotrópica de cenizas blancas
En agosto de 1890, Southwick presenció la ejecución de William Kemmler, quién tendría el honor de ser el primer ejecutado “de forma más humana”, y exclamó: “¡Aquí está la culminación de diez años de estudio y trabajo duro! Vivimos, a partir de este día, en una civilización mejor”. De ser cierta esta frase supongo que fue dicha antes de la ejecución, pues esta no salió como se esperaba. La primera tentativa fracasó y Kemmler estuve conectado a la silla durante 17 segundos. No murió, sino que esperó durante unos seis minutos, con el cuerpo quemado y gimiendo del dolor, a que se recargara el generador para un segundo intento, que duraría más de un minuto. Kemmler ardió y se esparció por el lugar un olor a carne y cabello quemado. Más tarde, Westinghouse comentó con ironía: "Mejor hubieran usado un hacha" (Kemmler había matado a su amante con una, por eso fue sentenciado). Al día siguiente la prensa calificó la ejecución de “carnicería”. Pese a esto, el uso de la silla aumentaría rápidamente. Recien en 1982, con la aparición de la inyección letal, decrecería su uso.

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