miércoles, 25 de mayo de 2011

Día del orgullo Freaky


Ya que en todos lados hay entradas de tono humorístico sobre el tema, yo me daré el lujo de ser un poco serio: hoy es el día del orgullo freaky, el día de lo extraño, de lo extravagante, de lo infrecuente, de lo inusual, de lo atípico. En este día se reivindica el derecho de ser todo eso sin ser juzgados ni discriminados; simplemente se busca que se acepte al otro: se busca libertad. Pero a diferencia de lo que es frecuente, esta libertad no se encuentra vedada por alguna ley o gobierno sino que por gente “común” que juzga lo diferente porque cree que lo que hace la mayoría es la normalidad y que lo bueno es ser normal. Esta idea, la de normalidad, quizás sea la ficción más peligrosa con el que ser humano haya lidiado jamás. Fue esta idea la que llevó a discriminar a las mujeres, a los negros, a los gays, etc. Pero el freaky es alguien que se sale de ese promedio ilusorio y hace lo que le gusta, porque le gusta y pese a los demás. Como ven, la cosa va más allá de los geeks, los roleros, los nerds y demás. Es por eso que odio cuando se intenta dar una lista de requisitos para ser freaky, como si existiese tal cosa. Como si debiese existir tal cosa. Y es que esa lista sólo puede tener un elemento: para ser un freaky hay que desear con pasión hacer algo y hacerlo. Se trata de una cuestión de actitud: es no temerle al ridículo ni a incumplir las expectativas sociales y de los demás. Es elegir vos mismo tu estilo de vida. Y es que si defines la normalidad como aquello que hace la mayoría, entonces terminarás haciendo lo que todo el mundo hace: seguir a los demás. 

Dicho esto,

Feliz día del orgullo freaky.

jueves, 19 de mayo de 2011

El dilema del tranvía


Mientras escribía mi entrada anterior sobre la Paradoja de Allais tuve, momentaneamente, cierta sensación de daja vú; de que ya había reflexionado sobre el tema, lo que era imposible porque esta paradoja era algo nuevo para mí: nunca antes la había escuchado. Pero ahora ya recuerdo: mi memoria no puede evitar relacionar a Allais con el famoso dilema del tranvía. Y si bien no están, en realidad, tan relacionados, ya que este último es un problema moral y el otro más bien... ¿lógico?, comparten un cierto vínculo: ambos nos advierten de la extraña forma que tenemos para justificar nuestras elecciones. Así que sobre dicho dilema versará la entrada de hoy. Este presenta dos situaciones básicas para analizar la forma en que tomamos nuestras decisiones morales, aunque hay una infinitud de otras variantes [1]. Aquí van:

Caso 1: el hombre solitario.

Un tranvía corre descontrolado y en su camino se encuentran atadas cinco personas que no conocemos, victimas de la malicia de un señor con sobrero, capa, extraños bigotes y risa diabólica. Tu tienes la posibilidad de salvar a estas personas presionando un botón que alterará el rumbo del vehículo hacia una vía alternativa en donde sólo hay una persona atada: ¿Pulsarías el botón?

Probablemente dijeras que sí: si el tranvía debe circular forzosamente por una de las dos vías entonces parece evidente elegir aquella en la que haya la menor cantidad de pérdidas. (Hay que tener cuidado con las cosas evidentes: son traicioneras). Aún así hay quién prefiere no hacer nada, pensando que el tema no le concierne. Esto es falso: está en ti decidir cuántas victimas habrán: una o cinco. No hacer nada también será elegir por uno de esos dos números, por lo que de ninguna manera te estás librando, realmente, del peso de la elección. Más allá de eso, ahora es cuando se pone interesante la cosa:

Caso 2: el hombre obeso.

Al igual que antes, cinco personas se encuentran en el camino de un tranvía sin control. Para salvarlas te sitúas en un puente que hay sobre la vía con la idea de tirar un gran peso frente al vehículo y frenarlo, pero lo único que encuentras es a un hombre absurdamente gordo. Así, la única forma que tienes de parar el tren y salvar a las cinco personas es empujar a dicho hombre y sacrificar su vida: ¿Lo arrojarías?

La mayoría dirá que no, aunque se trata, en esencia, de la misma situación anterior. En ambos casos estamos forzados a elegir entre la vida de una persona o entre la de cinco. Si nuestra prioridad es salvar la mayor cantidad de vidas, entonces lo lógico sería arrojar al hombre gordo de manera análoga a cuando desviamos el tranvía hacia donde estaba el hombre atado. Sin embargo, emocionalmente ambos casos son bastante distintos. Antes las seis personas estaban involucradas en el asunto por el misterioso señor de sombrero, quien las había atado. Él era el responsable directo de todas las muertes mientras que nosotros lo eramos sólo del número de victimas. Pero ahora somos nosotros quienes involucran al hombre obeso, cuya vida no está en peligro salvo, quizás, por nuestra decisión. La responsabilidad de su muerte es enteramente nuestra y, en cierta forma, se siente como un acto de traición.

Caso 3: La niña.

Volvamos ahora al primer caso, pero imaginemos que en lugar de un hombre atado en la vía alternativa hay, en su lugar, una niña de diez años: ¿A quien salvarías, a los cinco adultos o a la infante?

Es imposible evitar salvar a la pequeña, ¿verdad? Es exactamente la misma situación que antes, pero a nivel emocional es completamente diferente. No es nada extraño: nuestra moral depende de nuestros sentimientos, ya sea através de la empatía, conductas aprendidas o aquellas que la evolución nos ha brindado.

¿Y qué se concluye con todo esto?

Yo, en particular, concluyo que es mucho más importante tratar de entender a qué se deben nuestras conductas que el intentar hallar “la respuesta correcta” al dilema, si es que la hay. Si el contexto influye tanto en nuestras decisiones, y si las emociones juegan un papel tan importante en ellas, entonces veamos cómo es que lo hace. Después de todo, y a diferencia de los mecanismos biológicos que nos componen, la moral varía de cultura a cultura y de persona a persona. Así que en vez de buscar reglas generales para aplicar racionalmente en estos casos, mejor estudiemos, literalmente, la naturaleza de nuestra conducta, ya que, probablemente, cuando sepamos porqué actuamos como lo hacemos podremos guiar mejor nuestras decisiones. (Dudo que me haya expresado bien, pero para aprender a redactar es que tengo el blog ;)). Así que los dejo con el siguiente vídeo, robado del canal de Hugo, que trata un poco sobre la biología implicada en este dilema:





[1] Tengo entendido que el dilema fue originalmente planteado por Philippa Foot, filósofo británica muy interesada en la moral. Sin embargo, no tengo fuentes confiables para sostenerlo.

lunes, 16 de mayo de 2011

La paradoja de Allais


Imaginemos que estás en uno de esos programas de concursos de la televisión que, al parecer, sólo existen para llenar la programación de verano. En el juego en el que participas, el presentador sacará al azar un número entre uno y cien y tu papel será elegir una las siguientes opciones:

Opción A:
  • Del 1 hasta el 33 todos los números te harán ganar $ 2500.
  • El 34 no tiene premio.
  • Del 35 al 100 todos los números te harán ganar $ 2400.
Opción B:
  • Todos los números te harán ganar $ 2400.

Ya has elegido y estoy bastante seguro de que has hecho algo de dinero. Pero antes de reclamarlo viene la segunda ronda y debes elegir nuevamente:

Opción C:
  • Del 1 hasta el 33 todos los números te darán $ 2500.
  • Del 34 al 100 ningún número tiene premio.
Opción D:
  • Del 1 al 34 todos los números te darán $ 2400.
  • Del 35 al 100 ningún número tiene premio.

¿Listo? Bien, asumiendo que seas un ser humano promedio lo más probable es que hayas escogido las opciones B y C. Una decisión sin duda contradictoria: al elegir B priorizaste la certidumbre de ganar sobre los $ 100 extra, pero al elegir C hiciste justo lo contrario: pusiste los $ 100 por encima de las posibilidades de ganar ¿Puedes explicar este cambio en tus prioridades?  Y es que si lo piensas la segunda situación es similar a la primera, sólo que con 35 números en lugar de 100. Así que lo coherente hubiera sido que de escoger B hubieses elegido también D, y de decantarte por A te  hubieras quedado con C. Sin embargo, por algún motivo, la posibilidad de perder todo si sale el 34, que tan importante pareció ser en el primer caso, pierde luego relevancia frente a los 100 pesos de más que cobras si sale cualquiera de los treinta y tres primeros números. Y esa es la paradoja: este cambio es inesperado.

Sí, es cierto que ambos escenarios tienen una clara diferencia: en el primero casi siempre ganarás mientras que en el segundo lo más probable es que no te lleves nada. Sin embargo recalco que la paradoja no se produce por un error al interpretar las probabilidades sino al cambiar las prioridades de la elección. En el primer caso, frente a la sencilla victoria parece que se nos hace absurdo arriesgarse a perder, por remota que sea la posibilidad de que esto ocurra. Sin embargo, cuando la victoria parece difícil nos importa poco una ligera ayuda.

Maurice Allais
He dicho que la paradoja se produce porque ofrece un resultado inesperado. Pero, ¿inesperado para quién? Pues no sólo para el sentido común sino, también, para la teoría económica reinante que afirmaba (y afirma) que se tendería a elegir la opción que tenga la mayor esperanza matemática; es decir, A y C en lugar de B y C. La esperanza no es más que la suma de la probabilidad de cada suceso multiplicado por el valor de dicho suceso. Con esta teoría se creía tener una buena idea de lo que era un "comportamiento racional" en situaciones como la expuesta, pero vino Maurice Allais, Nobel de economía, y derrumbó eso realizando empíricamente el experimento descrito en esta entrada. En concreto, Allais  presentó su experiencia como un contraejemplo del axioma de independencia (independence axiom) de la teoría de utilidad esperada (expected utility theory). Según este axioma no nos debería importar la opción escogida en dos situaciones idénticas para tratar la apuesta en conjunto, pues, como ya se ha dicho, supuestamente siempre tenderíamos a maximizar las ganancias en términos de la esperanza matemática. Esto ultimo omite la posible existencia de complementaridad entre las opciones, que es lo que ocurre aquí: A no puede ser valorada sin conocer B, ni C sin D.

Mis profesores de matemática, y quienes me han hecho conocer esta paradoja, afirmaban que esta ponía en evidencia lo malos que somos para tomar decisiones, confiando poco en el análisis y la reflexión pero mucho en le intuición. A mi esta conclusión no me queda tan clara y espero que se equivoquen, pues qué es la vida sino decisiones.




Fuentes:

miércoles, 11 de mayo de 2011

¿Pro-nuclear vs anti-nuclear?


Con lo acontecido con Fukushima he presenciado varias discusiones entre pro-nucleares y anti-nucleares. En general, los primeros afirman dos cosas: que sin la energía nuclear no se puede satisfacer el actual consumo de energía y que las centrales para producirla son lo suficientemente seguras como para que el riesgo de usarlas valga la pena. Los anti-nucleares afirman justamente lo contrario: que sí puede satisfacerse la demanda energética y que el uso de este tipo de energía es, por lo tanto, un riesgo inútil.

En mi caso particular, perteneceré, en forma general, a uno u otro grupo según las circunstancias sociales, las cuales son las que definen el marco en el que debe decidirse si el riego realmente vale la pena o no. Por ejemplo, si bien considero que los pro-nucleres tienen razón cuando afirman que sin la energía nuclear no se podría sostener la demanda de energía, no es menos cierto que somos una sociedad de consumo, en donde consumo significa despilfarro. Y por definición, y sin tener en cuenta los recursos disponibles, el medioambiente y el bienestar mismo de la humanidad, despilfarramos energía en producir masivamente bienes y productos innecesarios y diseñados específicamente para que tengan que ser reemplazados al poco tiempo. Así, no considero que el tener centrales nucleares para producir energía de despilfarro sea, realmente, una idea inteligente.

Ahora pensemos, en cambio, en una sociedad en el que el cuidado y buen aprovechamiento de los recursos naturales y energéticos es inherente a ella, en la que se diseña los productos para durar y ser retro-compatibles, en la que se pone a la economía al servicio del hombre y no al revés y, en definitiva, en la que el despilfarro es considerado un sinsentido a la vez que su busca la mejor calidad de vida posible. Si una sociedad así no pudiera sostener su demanda de energía por medios alternativos, entonces probablemente la nuclear sí seria un riego que valga la pena correr, pues aquí no habría desperdicio sino una demanda de energía necesaria. Y es que se supone que con los riesgos debemos ganar algo, y esta sociedad ideal parece que lo que es.

La diferencia entre ambas situaciones es clara: en la primera hay alternativas y cosas por hacer; en la segunda ya se hizo todo lo posible y, por lo tanto, sólo en este caso la energía nuclear es realmente necesaria.

La nuestra, sin embargo, es una sociedad de despilfarro y ya tiene las centrales. Y el reemplazo de estas por alternativas más ecológicas sólo será posible dentro de un proceso de decrecimiento mucho más global; es decir, será imposible al menos que comencemos a hacer tender nuestra sociedad de despilfarro hacia a la sociedad ideal del ejemplo anterior o hacia alguna similar.

miércoles, 4 de mayo de 2011

La caída del puente de Tacoma Narrows


La primera cosa realmente atrapante con la que uno se encuentra cuando ingresa a Física es la caída del Tacoma Narrows:



Es impresionante que algo que consideramos sólido pueda ser tan flexible, ¿verdad? El puente, cuyo nombre corresponde al estrecho sobre el que tendía, tenía más de 1600 metros de longitud y costó unos 8 millones de dólares de la época. Se inauguró en Julio de 1940 y colapsó en Noviembre. No se sufrieron pérdidas de vidas.

Si ya habías visto el video, cosa harto probable, seguramente te vendrá a la cabeza la palabra resonancia. Sin embargo, no fue la resonancia la causa del colapso sino, probablemente, el llamado flameo torsional. Veamos qué son ambas cosas.

Todos los cuerpos tienen frecuencias en las que les gusta vibrar más que en otras. Esto significa que  si los fuerzas a oscilar tenderán a hacerlo en dichas frecuencias, las cuales se llaman modos normales. En una cuerda oscilante estos modos son fáciles de distinguir porque puedes contar la cantidad de nodos, es decir, de puntos quietos de la soga.


La amplitud del movimiento oscilatorio será tanto mayor cuanto más parecida sea la frecuencia de tu fuerza perturbante a la de los modos normales. Así que si haces oscilar una cuerda, sólo veras los nodos cuando la frecuencia de oscilación que impones es similar a la de un modo normal determinado. Cuando ambas frecuencias son aproximadamente iguales, y la amplitud del movimiento es máxima, se dice que se ha alcanzado la resonancia.

Así que tiene cierto sentido pensar que la oscilación del puente que vemos en el video se corresponde a la de un modo normal excitado por el viento. Sin embargo esto falso; principalmente porque el viento soplaba de forma constante y no de forma periódica. Esto significa que la fuerza perturbadora no tenía una frecuencia que pudiera aproximarse a la de algún modo normal y, por ende, no podía haber resonancia. O, al menos, no de la forma tradicional. Los estudios posteriores corroboraron esto: la frecuencia final de oscilación del puente no sólo no era un modo normal sino que, además, era independiente de la velocidad del viento.

Actualización: Lo anterior no es del todo cierto. Hay un caso en el que un viento constante puede producir resonancia debido a los vórtices de viento que se generaron a causa de la forma de H del puente. La siguiente imagen ilustra esto:


Este modelo afirma que si este tipo de resonancia hubiese provocado la caída del puente, la frecuencia de oscilación final de este tendría que haber sido 1 Hz; sin embargo, esta fue de 0,2 Hz: así que no se trató de resonancia. Y si bien no fue esta la causa del colapso, lo que sí es probable es que sea el motivo por el cual el punte comenzó a vibrar en un principio.


Veamos ahora el flameo. Este ocurre cuando una estructura que vibra a causa de un fluido circundante es incapaz de disipar, en un ciclo de vibración, toda la energía que absorbió. En el caso del Tacoma Narrows, la deformación física del puente fue incapaz de disipar toda la energía absorbida a causa del viento (el fluido circundante), de forma tal que esta energía se fue acumulando con cada ciclo y la amplitud del movimiento fue aumentando hasta que, finalmente, el puente cedió y colapsó. Cabe mencionar que la teoría del flameo aún no ha sido capaz de explicar satisfactoriamente el mecanismo por el cual el viento aumento su energía, pero es la mejor hasta el momento.


¿Y qué es eso de torsional? Si se observa el video se verá que el puente no oscila de abajo hacia arriba como una soga sino que el lado derecho de la carretera se deforma hacia abajo mientras que el izquierdo se eleva y viceversa; siempre con el eje central de la carretera permaneciendo quieto. (Y es por eso que cierto físico curioso pudo cruzar el puente por su parte central sin mayores inconvenientes). Este tipo de movimiento oscilatorio se llama torsión. De ahí que la causa del colapso haya sido el flameo torsional.


En 1950 se inauguraría su reemplazo. Y en 2007, junto a este, lo haría un tercer puente. En la siguiente imagen pueden verse los dos.

Foto de Noel Brady para el WSDOT.





Imágenes de:

Fuentes: