jueves, 19 de mayo de 2011

El dilema del tranvía


Mientras escribía mi entrada anterior sobre la Paradoja de Allais tuve, momentaneamente, cierta sensación de daja vú; de que ya había reflexionado sobre el tema, lo que era imposible porque esta paradoja era algo nuevo para mí: nunca antes la había escuchado. Pero ahora ya recuerdo: mi memoria no puede evitar relacionar a Allais con el famoso dilema del tranvía. Y si bien no están, en realidad, tan relacionados, ya que este último es un problema moral y el otro más bien... ¿lógico?, comparten un cierto vínculo: ambos nos advierten de la extraña forma que tenemos para justificar nuestras elecciones. Así que sobre dicho dilema versará la entrada de hoy. Este presenta dos situaciones básicas para analizar la forma en que tomamos nuestras decisiones morales, aunque hay una infinitud de otras variantes [1]. Aquí van:

Caso 1: el hombre solitario.

Un tranvía corre descontrolado y en su camino se encuentran atadas cinco personas que no conocemos, victimas de la malicia de un señor con sobrero, capa, extraños bigotes y risa diabólica. Tu tienes la posibilidad de salvar a estas personas presionando un botón que alterará el rumbo del vehículo hacia una vía alternativa en donde sólo hay una persona atada: ¿Pulsarías el botón?

Probablemente dijeras que sí: si el tranvía debe circular forzosamente por una de las dos vías entonces parece evidente elegir aquella en la que haya la menor cantidad de pérdidas. (Hay que tener cuidado con las cosas evidentes: son traicioneras). Aún así hay quién prefiere no hacer nada, pensando que el tema no le concierne. Esto es falso: está en ti decidir cuántas victimas habrán: una o cinco. No hacer nada también será elegir por uno de esos dos números, por lo que de ninguna manera te estás librando, realmente, del peso de la elección. Más allá de eso, ahora es cuando se pone interesante la cosa:

Caso 2: el hombre obeso.

Al igual que antes, cinco personas se encuentran en el camino de un tranvía sin control. Para salvarlas te sitúas en un puente que hay sobre la vía con la idea de tirar un gran peso frente al vehículo y frenarlo, pero lo único que encuentras es a un hombre absurdamente gordo. Así, la única forma que tienes de parar el tren y salvar a las cinco personas es empujar a dicho hombre y sacrificar su vida: ¿Lo arrojarías?

La mayoría dirá que no, aunque se trata, en esencia, de la misma situación anterior. En ambos casos estamos forzados a elegir entre la vida de una persona o entre la de cinco. Si nuestra prioridad es salvar la mayor cantidad de vidas, entonces lo lógico sería arrojar al hombre gordo de manera análoga a cuando desviamos el tranvía hacia donde estaba el hombre atado. Sin embargo, emocionalmente ambos casos son bastante distintos. Antes las seis personas estaban involucradas en el asunto por el misterioso señor de sombrero, quien las había atado. Él era el responsable directo de todas las muertes mientras que nosotros lo eramos sólo del número de victimas. Pero ahora somos nosotros quienes involucran al hombre obeso, cuya vida no está en peligro salvo, quizás, por nuestra decisión. La responsabilidad de su muerte es enteramente nuestra y, en cierta forma, se siente como un acto de traición.

Caso 3: La niña.

Volvamos ahora al primer caso, pero imaginemos que en lugar de un hombre atado en la vía alternativa hay, en su lugar, una niña de diez años: ¿A quien salvarías, a los cinco adultos o a la infante?

Es imposible evitar salvar a la pequeña, ¿verdad? Es exactamente la misma situación que antes, pero a nivel emocional es completamente diferente. No es nada extraño: nuestra moral depende de nuestros sentimientos, ya sea através de la empatía, conductas aprendidas o aquellas que la evolución nos ha brindado.

¿Y qué se concluye con todo esto?

Yo, en particular, concluyo que es mucho más importante tratar de entender a qué se deben nuestras conductas que el intentar hallar “la respuesta correcta” al dilema, si es que la hay. Si el contexto influye tanto en nuestras decisiones, y si las emociones juegan un papel tan importante en ellas, entonces veamos cómo es que lo hace. Después de todo, y a diferencia de los mecanismos biológicos que nos componen, la moral varía de cultura a cultura y de persona a persona. Así que en vez de buscar reglas generales para aplicar racionalmente en estos casos, mejor estudiemos, literalmente, la naturaleza de nuestra conducta, ya que, probablemente, cuando sepamos porqué actuamos como lo hacemos podremos guiar mejor nuestras decisiones. (Dudo que me haya expresado bien, pero para aprender a redactar es que tengo el blog ;)). Así que los dejo con el siguiente vídeo, robado del canal de Hugo, que trata un poco sobre la biología implicada en este dilema:





[1] Tengo entendido que el dilema fue originalmente planteado por Philippa Foot, filósofo británica muy interesada en la moral. Sin embargo, no tengo fuentes confiables para sostenerlo.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario