Algo que me impresionó terriblemente de pequeño fue que mis padres y amigos no me entendían cuando hablaba de controlar los sueños. Para mí se trataba de algo normal y, por eso, creía que lo era para los demás; sin embargo, estos decían que mentía o que lo imaginaba. Por suerte no les creí este último, pues yo tenía la razón. Fue al entrar en la adolescencia propiamente dicha que aprendí la palabra «onironauta», que hace referencia a quien es capaz de tomar consciencia de que se encuentra en un sueño y, en consecuencia, que puede manipularlo a voluntad. Este tipo se sueño se llama sueño lúcido. Yo tenía esa habilidad, y es una lástima que la esté perdiendo.
Todo comenzó cuando era muy pequeño (¿cinco años?) y sufría de feas pesadillas en las que me perseguían extraterrestres, zombies, y Jason (el de Martes 13). Creo que la causa era mi temor a la oscuridad, la cual convertía la pantalla del televisor de mi pieza en una horrible cara fantasmagórica, a los árboles que se veían en la ventana en tres monstruos gigantes de dientes afilados y miradas malévolas, y a los sonidos nocturnos en ladrones que intentaban ingresar a casa. No es de extrañar que yendo a dormir con tales miedos en mi cabeza soñase con monstruos y persecuciones.
El peor sueño que tuve fue un cliché del cine. En él, un plato volador me captura con ese típico rayo lúminico. Luego, todo se pone oscuro y despierto en una cama metálica dentro un cuarto muy oscuro, con luces esféricas muy brillantes sobre mí y extraterrestres a mi alrededor. En ese momento desperté asustado sólo para encontrarme inmovilizado e incapaz de respirar. Quise gritarles a mis padres, pero no podía hablar. Por unos instantes temí realmente haber estado en una nave alienígena, pues me parecía muy extraño despertar inmóvil. Mi padre luego me tranquilizó al explicarme que aquella rigidez (parálisis del sueño) es común cuando dormimos, ya que sino, al movernos descontrolados, podríamos lastimarnos al soñar. Realmente fue una experiencia bastante fea que aún hoy recuerdo con lujo de detalle. Así comenzó mi temor a las pesadillas.
Pero una noche, mientras soñaba, repentinamente me dí cuenta que estaba en el mundo onírico. Eso me dio cierto control sobre mi mismo, aunque no del sueño en su totalidad. Yo no podía hacer desaparecer al monstruo que iba detrás de mí, pero sí podía volverme «inlastimable» de forma tal que cuando Jasón me cortaba con su machete nada me pasaba. Otras veces prefería volar para escapar. Esas eran las dos habilidades principales de mi escasa consciencia onírica: el volar y la invulnerabilidad. Yo sabía que en cualquier sueño siempre podía recurrir a ellas. Por un tiempo mis pesadillas fueron así: yo siendo atrapado pero saliendo ileso. Cuando pasaba eso, el monstruo desaparecía y la pesadilla se volvía un sueño normal.
En realidad, tenía más habilidades que las dichas en el párrafo anterior. Pero hacer cosas nuevas en el sueño era difícil, y muchas veces me despertaba, lentamente, cuando lo intentaba. Por eso siempre prefería hacer cosas que ya hubiese hecho antes; con las cosas conocidas no había que pensar sino sólo evocarlas. Disculpen la ambigüedad, pero no puedo explicarlo mejor.
No sé cuanto tiempo pasó, pero eventualmente comencé a atacar a mis cazadores. Ellos también eran invulnerables, pero fueron dejando de aparecer. Supongo que fue porque ya no les temía. Jamás volví a tener pesadillas, y las pocas veces que intuía estar en una, la seguridad en mi «poder» las convertía en sueños comunes.
Con el tiempo, soñar se convirtió en una experiencia maravillosa. Mi temor a la oscuridad fue muerto por mi deseo de irme a dormir. Por eso amaba la mañana, momento del día en que, por algún motivo, podía despertarme y dormirme varias veces seguidas teniendo pequeños sueños sencillos de controlar. Hoy en día, en cambio, con el despertador y la necesidad de ir a trabajar temprano, los sueños seguidos se me han hecho imposibles.
De a poco, aprendí a modificar el entorno, lo que significa que podía agregar personajes o cambiar, por unos instantes, el escenario de mi show onírico. Obviamente, algo de lo mejor era desnudar mujeres. Sin embargo, si fuerzas mucho una situación es probable que te despiertes. Al igual que en el mundo real, es bastante díficil llegar al sexo; el sueño se disipa después de unas caricias. Es por eso que yo prefería volar, pues la sensación que acompaña esta acción es bastante placentera, fácil de producir y duradera.
También existe lo que llamo la falsa consciencia onírica. Muchas veces me he dado cuenta de que estoy soñando pero mis pensamientos no eran coherentes, sino que eran, justamente, como en un sueño: irracionales. En una falsa consciencia uno piensa como si estuviese borracho. Muchas veces me he despertado sin saber si había sido consciente durante el sueño, si sólo había estado semi-lúcido o si había soñado que me había dado cuenta de que estaba soñando. Varias veces me lo he preguntado en medio del sueño mismo. Era una experiencia molesta, pues me confundía bastante. Para un orinonauta sus sueños lúcidos son bastante valiosos; las falsificaciones son inadmisibles. Pero, con la edad, creo que aprendí a reconocer las falsas consciencias, pues en ellas, como ya he dicho, mis pensamientos eran extraños e iban acompañados de una emoción que reflejaba la incoherencia misma de la situación.
Algo relacionado con la falsa consciencia es el falso despertar, que es cuando uno cree que se ha despertado pero sigue soñando. La diferencia con lo que llamo falsa consciencia es que en esta última uno sabe que está soñando, pero duda de su lucidez.
Últimamente los falsos despertares me han pasado muy seguido; antes rara vez los tenía. Me sucede cuando tengo uno de esos sueños lúcidos en que me la paso pensando más que haciendo cosas. Por ejemplo, cuando tengo un examen y repaso, en el sueño, lo estudiado. Repentinamente, me pregunto que hora es y veo en el despertador que es temprano. Continúo pensando mirando el techo de mi habitación y, al ver el despertador, descubro que es aún más temprano. Otras veces, en cambio, reconozco que se trata de un falso despertar porque no puedo fijar la vista en el despertador y se me hace imposible saber la hora.
Dormir es sin duda maravilloso y es una lástima que no todos disfruten de la experiencia en su totalidad. Incluyéndome, pues ya no sueño tanto y, cuando lo hago, no tengo mucho control. Quizás hay un límite de edad para el sueño lúcido. Creo que consultaré esto último con la almohada.
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